El truco del dinero
Hoy os traduzco un extracto del libro «The Ragged-Trousered Philanthropists» (1914), escrito por Robert Tressell. He hecho pequeñas modificaciones para mejorar su comprensibilidad.
En esta obra, uno de los personajes describe ingeniosamente cómo el uso del dinero enriquece a los capitalistas y explota a la clase trabajadora
«El dinero es la verdadera causa de la pobreza», dijo Owen.
«Demuéstralo», dijo Crass.
«Muy bien», respondió. «Os enseñaré cómo funciona el Truco del Dinero».
Owen abrió su cesta de la cena y sacó de ella dos rebanadas de pan, pero como no eran suficientes, pidió que quien tuviera algo de pan se lo diera. Le dieron varios trozos, que colocó sobre un trozo de papel, y, habiendo tomado prestadas las navajas que Easton, Harlow y Philpot solían utilizar para cenar, se dirigió a ellos de la siguiente manera:
«Estos trozos de pan representan las materias primas que existen naturalmente en y sobre la tierra para el uso de la humanidad. No fueron hechas por ningún ser humano, sino que fueron creadas para el beneficio y sustento de todos, lo mismo que el aire y la luz del sol».
«Ahora bien», continuó Owen, «Yo soy capitalista; o, mejor dicho, represento a toda la clase capitalista y terrateniente. Es decir, todas estas materias primas me pertenecen. Es irrelevante para nuestra discusión actual cómo obtuve posesión sobre ellas, o si tengo algún derecho real sobre ellas. Lo único que importa es el hecho aceptado de que todas las materias primas necesarias para la producción de las necesidades básicas para la vida son ahora propiedad de la clase terrateniente y capitalista. Y yo soy esa clase: todas esas materias primas me pertenecen.»
«Vosotros tres representáis a la clase trabajadora: no tenéis nada, y por mi parte, aunque tengo todas estas materias primas, no me sirven para nada. Lo que necesito son las cosas que se pueden hacer con esas materias primas mediante el trabajo. Pero como soy demasiado vago para trabajar yo mismo, he inventado el Truco del Dinero para que trabajéis para mí. También debéis saber que poseo algo más que las materias primas. Estas tres navajas representan toda la maquinaria de producción: fábricas, herramientas, transporte, etc., sin los cuales las necesidades básicas no podrían producirse en abundancia». «Y estas tres monedas» dijo sacando tres peniques de su bolsillo, «representan mi capital monetario».
«Antes de continuar», dijo Owen interrumpiéndose a sí mismo, «es de vital importancia que recordéis que no soy simplemente ‘un’ capitalista. Represento a toda la clase capitalista. Y vosotros no sois solamente tres trabajadores, sino que representáis a toda la clase trabajadora».
Owen procedió a cortar una de las rebanadas de pan en varios cuadraditos.
«Estos cuadraditos representan el producto del trabajo, ayudado por la maquinaria, a partir de las materias primas. Supongamos que tres bloques representan una semana de trabajo. Supongamos también que una semana de trabajo vale un penique».
Owen se dirigió ahora a la clase trabajadora representada por Philpot, Harlow y Easton.
«Decís que todos tenéis necesidad de empleo, y como yo soy la clase capitalista de buen corazón, voy a invertir todo mi dinero en varias industrias, para daros mucho trabajo. Os pagaré a cada uno un penique por semana. Una semana de trabajo equivale a que cada uno de vosotros produzca tres de estos bloques de pan. Por hacer este trabajo cada uno recibirá su salario, el dinero será suyo, para que haga lo que quiera con él, y las cosas que produzcáis serán, por supuesto, mías, para que haga lo que yo quiera con ellas. Cada uno de vosotros utilizará una de estas máquinas y, en cuanto hayáis trabajado una semana, tendréis vuestro dinero».
La clase obrera se puso a trabajar y la clase capitalista se sentó a observar. En cuanto terminaron, pasaron los nueve pequeños bloques de pan a Owen, que los colocó en un papel a su lado y pagó a los obreros su salario. Un penique para cada uno.
«Estos bloques representan las necesidades básicas para la vida. No podéis vivir sin algunas de estas cosas, pero como me pertenecen, tendréis que comprármelas: mi precio por estos bloques es de un penique cada uno».
Como la clase trabajadora necesitaba las necesidades básicas y no podía comerse, beberse o abrigarse con las inútiles monedas, se vio obligada a aceptar las amables condiciones de la clase capitalista. Cada trabajador recompró y consumió de inmediato un bloquecito, un tercio del producto de su trabajo. La clase capitalista devoró dos bloquecitos de pan, de modo que el resultado neto de la semana de trabajo era que la clase capitalista había consumido dos peniques del producto del trabajo de otros y había más que doblado su capital: aún poseía los tres peniques en monedas y poseía aún producción por el valor de cuatro peniques.
En cuanto a la clase trabajadora, Philpot, Harlow y Easton, habiendo consumido cada uno el penique de artículos de primera necesidad que habían comprado con su salario, se encontraban de nuevo exactamente en las mismas condiciones que cuando empezaron a trabajar: no tenían nada.
Este proceso se repitió varias veces: por cada semana de trabajo los productores recibían su salario. Seguían trabajando y gastando todo lo que ganaban. El capitalista de buen corazón consumía el doble que cualquiera de ellos y su montón de riqueza aumentaba continuamente.
En poco tiempo, contando los cuadraditos a su valor de mercado de un penique cada uno, él tenía unas cien libras, y la clase trabajadora seguía en las mismas condiciones que cuando empezaron, y seguía dedicándose a su trabajo como si sus vidas dependieran de ello.
Al cabo de un rato, el resto de la gente se empezó a reír, y su alegría aumentó cuando el bondadoso capitalista, justo después de haber vendido un penique de artículos de primera necesidad a cada uno de sus obreros, les quitó de repente sus herramientas, los medios de producción, las navajas, y les informó de que, como debido a la sobreproducción todos sus almacenes estaban repletos de artículos de primera necesidad, había decidido cerrar las fábricas.
«Bueno, ¿y qué cojones vamos a hacer ahora?», preguntó Philpot.
«Ese no es asunto mío», respondió el buen capitalista. «Te he pagado tu salario y te he dado trabajo durante mucho tiempo. Ya no tengo más trabajo para ti. Vuelve dentro de unos meses y veré lo que puedo hacer por ti».
«Pero, ¿y nuestras necesidades básicas?», preguntó Harlow. «Tendremos que comer algo».
«Por supuesto», respondió afablemente el buen capitalista, «y estaré encantado de venderos algo».
«¡Pero no tenemos un puto duro!»
«¡Bueno, no podéis esperar que os dé mis bienes a cambio de nada! No habéis trabajado para mí a cambio de nada. Os pagué por vuestro trabajo y deberíais haber ahorrado algo: deberías haber sido ahorradores, como yo. Mirad cómo me ha ido siendo ahorrador».
Los desempleados se miraron entre sí, pero el resto de la gente solo se rio; y entonces los tres desempleados comenzaron a insultar al buen capitalista, exigiéndole que les diera algunos de los artículos de primera necesidad que había acumulado en sus almacenes, o que les permitiera trabajar y producir más para sus propias necesidades. Incluso amenazaron con tomar algunas de las cosas por la fuerza si no accedía a sus demandas.
Pero el buen capitalista les dijo que no fueran insolentes, les habló de honradez y les dijo que si no tenían cuidado mandaría a la policía a partirles la cara o, si era necesario, llamaría a los militares y los mataría a tiros como a perros.
Podéis leer gratis el libro completo de Tressell aquí (Inglés).